martes, 6 de enero de 2015

LA ANALFABETA

 
Allá en el fondo, en la casita azul de la X había una Biblioteca para niños que ya no existe...
 
Leo. Es como una enfermedad. Leo todo lo que me cae en las manos, bajo los ojos: diarios, libros escolares, carteles, pedazos de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles. Cualquier cosa impresa.
Tengo cuatro años. La guerra acaba de empezar. Vivimos en un pueblecito que no tiene ni estación, ni electricidad, ni agua corriente, ni teléfono.
Mi padre es el único maestro del pueblo. Enseña en todos los cursos, desde el primero hasta el sexto. En la misma aula. La escuela está separada de nuestra casa sólo por el patio, y las ventanas del colegio dan al huerto de mi madre.
Cuando me encaramo a la ventana más alta del comedor veo a toda la clase con mi padre delante, de pie, escribiendo en la pizarra negra.
El aula de mi padre huele a tiza, a tinta, a papel, a calma, a silencio, a nieve incluso en verano...

Voy al fondo de la clase, donde siempre hay lugares vacíos detrás de los mayores.
Fue así como, muy joven, por casualidad y sin apenas darme cuenta, contraje la incurable enfermedad de la lectura.

AGOTA  KRISTOF

LA ANALFABETA

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